jueves, 23 de enero de 2014

Las sombras

"El sueño de la razón produce monstruos", Francisco de Goya


Sentado sobre un golfo de sombra vas siendo ya sombra tú todo. Sombra tu cabeza, sombra tu vientre, sombra tu vida misma. 
Luis Cernuda


Aurora se sintió muy lejana mientras escuchaba aquellas palabras, como si formara parte de una dimensión alternativa. Una vaga sensación de ausencia se adueñó de su corazón. Esa tarde, regresaron las sombras.

Entraban en su alma de dos en dos, de tres en tres. Fluían como un río turbulento y extraño, envolviéndola, empañando sus sueños. Aurora permanecía sentada, esperándolas. Cuando se acercaban, las alimentaba con migajas de ilusión y sentía como a medida que hacía esto, la tristeza aumentaba. Sin embargo, le resultaba inevitable.

Recordaba a las sombras de otras veces. Tomaban la forma de sus propias inseguridades, pero no circulaban de dentro hacia fuera, sino de fuera hacia dentro. Las sombras no existirían si aquellas palabras no hubieran sido pronunciadas. Y en ese  momento, eran solo sombras; pero pronto crecerían y se materializarían en escalofriantes monstruos acechantes en el filo de cada madrugada.

Querían paralizarla. Derrotarla, romperla en mil fragmentos. Robar la luz a sus mañanas. Querían convertirla a ella misma en otra sombra más.


Aurora una vez pensó que se habrían marchado para siempre. Pero aquella tarde, regresaron… Porque esas sombras no nacían dentro de ella, y no hubieran existido si las terribles palabras jamás hubiesen sido pronunciadas.

domingo, 19 de enero de 2014

El secreto de la luna



¡Y la luna!  
La luna. 
Pero no la luna. 

Federico García Lorca


Nadie me había hablado jamás del lento marchitar de las hojas por cuyas venas vegetales sigue fluyendo la sangre, o la savia. Ni me contaron el secreto de la luna, a la que le falta siempre un pedazo, el que sólo puede contemplarse a través del aliento mezclado de los besos en alguna plaza que se le perdió a la noche madrileña. De qué sirve descubrir ese pedazo de luna si después la luna ya no puede ser la misma.

Las farolas anaranjadas de mi calle incitan a las estrellas al suicidio. Yo, cuando las miro, quisiera estar muy lejos. Es una fecha extraña. Pero no lo será hasta que amanezca... Y entonces la luz anaranjada de las farolas se habrá dormido y yo despertaré; sin un beso de amor, pero despertaré.

Tengo la sonrisa -sí, la sonrisa- infectada de sueños esta noche. He visto morir tantas cosas que hoy solo deseo ser testigo de cómo agoniza el invierno. Y sentir los temblores de la primavera inundando a borbotones mis ojos y los tuyos, hasta que quede atrás la estación del frío y nazca una luna llena -un círculo perfecto-, tan blanca y resplandeciente que despierte a todos los hombres lobo de la Tierra... 

martes, 14 de enero de 2014

Después del final

Conil de la Frontera, Cádiz. Agosto de 2013

¿Acaso no veía yo en Aire la imagen viva de aquellas gentes perdidas, de aquel ídolo que yo había venido a buscar? 
Luis Cernuda, "El indolente"


La historia continuó, como todas las historias que se asemejan demasiado a la Realidad. Ella naufragó y recogió sus pedazos para volver a componerse.

Aire no regresó porque nunca se había ido. Siguieron necesitándose mutuamente, pues cada una de sus existencias dependía del otro. Resulta imposible especificar cuál de ellas era más real.

La playa permanecía quieta, como las promesas que se quedan engarzadas un día cualquiera en una estación de tren, desafiando al tiempo y a la muerte.

Una noche de invierno, ella decidió marcharse para siempre a la playa, convertirse del todo en una ficción y darle un sentido completo a su existencia. Como personaje de novela –o de nivola-, valía casi tanto como Aire. En un libro, jamás se desvanecería; al contrario, se vestiría de azules y dorados solares, amaneciendo en cada suspiro de sus lectores.

Entonces, justo antes de marcharse, descubrió unas lágrimas que la envolvían. Y palabras suaves y labios amables, que siempre habían estado allí. Personas que no se encontraban lejos y que abrazaban su misma tristeza, protegiéndola, sembrando luces y sonrisas. Seres que también formaban parte de su propio cuento. Y decidió no marcharse...


Ahora, ella vuelve algunas veces a la playa. Baila con el viento y con los cabellos pálidos de Aire, coloreándose, vistiéndose de sol. Únicamente lo hace cuando la realidad se torna demasiado sucia y su mirada demasiado opaca, cuando llueven recuerdos.

Y así, nadie consigue adivinar que, en verdad, la playa es su auténtico hogar, y que ella no es más que un personaje de novela –o de nivola- jugando a ser real…