miércoles, 23 de julio de 2014

El vuelo

"Paloma", René Magritte

Saeta que, voladora,
cruza arrojada al azar
y que no se sabe dónde
temblando se clavará. 
Gustavo Adolfo Bécquer


Volaba. A veces, se detenía y se le llenaba el estómago de gaviotas exploradoras de crepúsculos –las gaviotas desequilibran aún más que las mariposas-. Julio era un tren descarrilado y una hermosa flor en un campo arrasado de cenizas.

Si se detenía, veía a su sombra todavía sentada en aquella estación. Consciente de que ella y su sombra nunca volverían a ser una, volaba con el único objetivo de ser devorada por los crepúsculos y descubrir gaviotas en lugares inexplicables de su pecho.

Pero no encontraba crepúsculos, sino amaneceres. Amaneceres de ojos de mar y guiños soleados que agitaban las gaviotas que hacían tambalearse su loco corazón. Todo era uno: el pasado, el presente y el inexistente futuro. Las gaviotas, los ojos de mar y los trenes descarrilados. Todo era uno, menos su sombra.

Puede que la clave se redujera a no perder altura…

martes, 1 de julio de 2014

Una lente desenfocada



Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos. 
Jaime Gil de Biedma



Abstraída, se desvinculó unos segundos del presente mientras las voces de sus acompañantes se iban amortiguando. Los gestos, las facciones, se acentuaban en una suerte de película muda a la que había accedido de forma voluntaria, dejándose dominar por el imperio de sus pensamientos. La luz del bar imprimía reflejos multicolores en los cabellos. Sus risas formaban parte de una banda sonora a la que no conseguía acceder del todo.

Los miraba y se preguntaba qué elemento inexplicable podía unirla a ellos y, también, hasta cuándo duraría esa unión. Años antes, otros rostros, otras risas, poblaban sus horas deshabitadas, se entregaban con ella a la vorágine de los días que suceden a velocidades de infarto. Junto a aquellas personas de distintas facciones había soñado, se había defraudado, había ascendido por las ramas retorcidas de la adolescencia hasta alcanzar la cima de una juventud que todavía ensuciaba las pupilas. En algún momento, se habían marchado, siendo sustituidos por otros nuevos.

Una vez, pensó que la amistad se hallaba emparentada con alguna especie de eternidad sagrada, habitada por miradas cómplices y recuerdos comunes. Miradas que se perdieron, dejando un vacío en el pecho que aquellas risas nuevas jamás llenarían. Su presencia era similar a caminar sobre el agua: nunca a nadar, nunca a sumergirse. Por eso se sentía capaz de abstraerse, de contemplarlos de lejos sin llegar a moverse de su sitio. Los acordes que conformaban la música de sus carcajadas reflejaban la verdadera indiferencia que cada uno sentía por el resto. Simplemente, se encontraban allí, unidos por algún hecho inexplicable, esperando que la Tierra volviera a girar para que se produjera la separación inevitable. Y sin embargo, una conexión efímera, maravillosa, sobrevolaba sus cabezas, dibujando un mundo preciso que solo ellos habitaban, aunque ese mundo pudiera romperse en cualquier instante. Y los quería, de un modo igualmente efímero y preciso, casi abstracto o despersonalizado.


Amistad… La amistad era tan solo eso: una lente desenfocada que cubría, desde distintos rostros y sonrisas, las llagas del presente.