miércoles, 15 de octubre de 2014

La pipa de Magritte

Roy Lichtenstein


Ceci n'est pas une pipe.
René Magritte


Él era el prototipo clásico de artista fracasado: un pintor de talento –al menos, a mí me lo parecía- que no había tenido suerte y que se vio obligado a dar clases para ganarse la vida y a tratar su pasión, la pintura, como una afición menor. Como profesor, era realmente bueno, el mejor que he tenido en toda mi vida. Amable y con una paciencia infinita, jamás lo escuché gritar a ningún alumno. Llegaba a clase y nos preguntaba qué tal iba la mañana. Enseguida, nos hablaba del iracundo temperamento de Miguel Ángel, de la amistad tormentosa entre Van Gogh y Gauguin, de la osadía de Goya al pintar un desnudo en plena época de la Inquisición y también de la chica de Lichtenstein, por supuesto: aquella chica que, según nos aseguraba, estaba inspirada en el mito trágico de la rubia Marilyn Monroe. La asignatura también incluía arquitectura y escultura, pero Enrique se centraba de una forma casi descarada en la pintura: con él aprendimos a perdernos por los azules y los rosas de Picasso, los negros de Velázquez y Goya; nos desintegramos entre la bruma ignota de Turner y nos reímos de la entrañable obsesión de Dalí por la teoría de los átomos. Teléfonos con forma de crustáceo y pipas que no podían ser pipas, porque Magritte había preferido jugar con el observador y darle una bofetada de irrealidad. A menudo, en sus clases, me parecía encontrarme frente a aquel precipicio nublado de Caspar David Friedrich, bajo un cielo adornado con las pinturas de la Capilla Sixtina del que brotaban estrellas postimpresionistas.  

(Adelanto de un nuevo proyecto, aún sin título...)

lunes, 13 de octubre de 2014

Veinticinco


"Amanecer", Salvador Dalí


¿Cómo seré yo
cuando no sea yo? 
Ángel González


Dicen que siempre sale el sol, y es mejor pensar eso que centrarse en todas las estrellas que le faltan al hoy. En todas las palabras que esperamos y que finalmente, no llegan. En los rostros y las voces queridos que el tiempo o la propia vida nos ha arrebatado.

Tú vas a ensartar tu sol en una flecha y a lanzarlo muy alto, para que se vea obligado a salir. No hace frío en esta noche (dicen que tampoco lo hacía la tarde en que llegaste al mundo). No estás sola. Hay constelaciones antiguas, que llevas viendo desde el día en que naciste. Hay estrellas nuevas, de brillo azulado, cuyo calor dulcifica el otoño. Y hay otras veladas por las nubes, pero que no se han movido de su sitio, y que regresarán cuando se apague la tormenta.


Y también estás tú. No vas a poder ser una niña ya más y no vas a dejar de serlo. Seguirás tratando de brillar, soñando. Igual que en los días verdes con destellos de sol, los días de antaño.