miércoles, 24 de diciembre de 2014

Caleidoscopio


Gran Vía, Madrid

Esta noche te cruzan
verdes, rojas, azules, rapidísimas
luces extrañas por los ojos. 
Pedro Salinas

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En diciembre Madrid, aterida de frío, se pone un abrigo de guirnaldas y luces de colores y nos empuja a todos a recorrer las calles del centro, dibujando chimeneas con el aliento mientras una extraña y familiar ilusión nos avanza por la sangre. Se borran los días de la semana, pero también los años, y vuelvo a ser la niña aquella que se empeñaba en escuchar villancicos desde septiembre, contando las horas que faltaban para poner el árbol de Navidad.

Hay una secreta euforia en el sencillo hecho de caminar por la Gran Vía iluminada, esquivando las muchedumbres humanas que bajan desde la Plaza de Callao, con las luces navideñas bailándoles en el centro de las pupilas. Me cruzo con gorros de reno, pelucas de colores y sonrisas con fecha de caducidad. Me fundo con el latido esperanzado de las calles que un día vieron pasar a Luis Cernuda, Rafael Alberti, Federico García Lorca. En estas fechas, la nostalgia se mezcla con extravagancia, y el resultado es un caleidoscopio de sensaciones desquiciado y anhelante, como las estrellas que no se distinguen en el firmamento.

Miro hacia atrás un instante y el anuncio de neón de Scheweppes me lanza guiños cómplices, y comprendo que Madrid, este fugaz acorde de locuras inconcretas, vive dentro de mi pecho. Madrid, sus desequilibradas multitudes sin nombre, las compras improvisadas y azarosas, las luces navideñas que atraviesan los cielos como improcedentes y sedosas galaxias, la entrañable melancolía de una taza de chocolate acompañada por churros, la pulcra tristeza de la chaqueta blanca de un camarero, un beso con gorro de lana, los sueños esparcidos de fantasmas –algunos todavía vivos, pero más ausentes que los que se fueron-, viajando en barcas por los ríos azules de nuestra memoria.

Madrid es todo eso, y Madrid soy yo: un cúmulo de pupilas desquiciadas, anónimas, absurdas, frívolas y melancólicas, soñadoras y hondas, que se pierden en rincones en los que el tiempo todavía no ha desplegado sus alas de derrota.


Feliz Navidad.