miércoles, 23 de julio de 2014

El vuelo

"Paloma", René Magritte

Saeta que, voladora,
cruza arrojada al azar
y que no se sabe dónde
temblando se clavará. 
Gustavo Adolfo Bécquer


Volaba. A veces, se detenía y se le llenaba el estómago de gaviotas exploradoras de crepúsculos –las gaviotas desequilibran aún más que las mariposas-. Julio era un tren descarrilado y una hermosa flor en un campo arrasado de cenizas.

Si se detenía, veía a su sombra todavía sentada en aquella estación. Consciente de que ella y su sombra nunca volverían a ser una, volaba con el único objetivo de ser devorada por los crepúsculos y descubrir gaviotas en lugares inexplicables de su pecho.

Pero no encontraba crepúsculos, sino amaneceres. Amaneceres de ojos de mar y guiños soleados que agitaban las gaviotas que hacían tambalearse su loco corazón. Todo era uno: el pasado, el presente y el inexistente futuro. Las gaviotas, los ojos de mar y los trenes descarrilados. Todo era uno, menos su sombra.

Puede que la clave se redujera a no perder altura…

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