martes, 18 de noviembre de 2014

Blanco


Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan. 
Federico García Lorca



¿Dónde estaba mi vestido azul? Tenía, en su lugar, un camisón blanco que dejaba en mi piel escalofríos de somnolencia y una bruma suave, enquistada de párpados cerrados. Aun así, cogí aquellos versos y me dispuse a leerlos. Alguien tenía que leerlos. Alguien debía anunciar al mundo su muerte, cegada de años, arrasada por las fauces impiadosas del tiempo y de la enfermedad. Recordaba la dulzura del calendario en aquellos tiempos que entonces se me antojaban como un sueño fácil, quebradizo y transparente. Tan blanco.

Era un cuento sobre geranios, patios soleados y adelfas de flores blancas. Adelfas perezosas, susurrantes y letales, envueltas de una belleza sombría y trágica, de una inocencia imposible que solo mis ojos se negaban a ver. Comencé a leer los versos con la misma vaga inseguridad que siempre me acompaña.

Los hombres de bata blanca me miraban con displicencia y a veces se miraban entre ellos con unos ojos muy graves, en medio de aquella sala tan desolada y de claridad cegadora. Mi voz se quebraba progresivamente, frágil e imprecisa. Acababa de empezar a leer aquella historia cuando uno de los hombres apartó de mí los papeles y me susurró que era demasiado tarde, porque pronto me quedaría dormida.

Fue entonces cuando descubrí que no estaba de pie, sino tumbada boca arriba en una camilla, sintiendo cómo por mi sangre se extendía un líquido frío que poco a poco devoraba mi consciencia. Quise gritar, porque alguien debía terminar de leer aquellos versos incompletos; quise aullar, porque de mi cara blanca crecían geranios que derramaban sobre mi boca hojas muertas, pequeños dibujos en la algarabía de los siglos que parecían acunarme.

Pero la voz ya no salía de mi garganta, y fui terriblemente consciente, antes de cerrar los ojos, de que cuando despertase ya no sería la misma persona, ni el mundo aquel blanco sueño en el que un día naufragué. Porque ahora quedaba a merced de aquellos hombres, de sus batas blancas y de sus frentes incapaces de comprender las quimeras habitantes en unos versos sobre adelfas y vidas arrancadas.


El tiempo se desvanecía…  

No hay comentarios:

Publicar un comentario