miércoles, 12 de noviembre de 2014

Mi caos

Alicia en el país de las maravillas, Disney, 1951


Allí siempre hay estrellas. 
Los letreros señalan direcciones inútiles, 
porque perderse constituye la gran meta añorada 
al final del camino. 

Marina Casado


Por mucho que camino, el horizonte sigue estando lejos. A veces, tengo la impresión de que se trata de una acuarela que el autor de esta novela en la que naufrago ha decidido dejar allí, abandonado, para que no dejemos de esperar algo. El mundo y yo somos muy jóvenes para desmoronarnos y, tal vez, para alcanzar el horizonte.

Pero no por ello dejo de caminar. Y eso que el mundo se ha desmoronado muchas veces, cada una más fuerte que la anterior, hasta que he sentido tocar fondo. Por otra parte, sé que si alguien me regalara un mapa en el que apareciera perfectamente dibujado el camino que conduce al horizonte, yo me perdería. Me perdería, porque jamás he sabido interpretar mapas, porque me pierdo a mí y pierdo todo aquello que me rodea; lo pierdo pisando nubes, extraviándome por senderos ignotos que se abren en mi pensamiento, en un inocente egoísmo caótico, evasivo, inconsciente y letal.


En este caos te busco, te espero, te siento. Hay un equilibrio diminuto en nuestro desequilibrio, en esta fuga de la lógica que nos invade. Hay horizontes alcanzables e ignorados que navegan por tu mirada. Tal vez, perderse constituya la única meta al final del camino, y la realidad blanca se pueda pintar de rojo, como las rosas del jardín de la terrible Reina de Corazones. Y qué mejor regalo que un viaje sin regreso al País de las Maravillas, siempre que no esté sola dentro de mi caos. De nuestro caos.

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