Los amantes, René Magritte
En medio de la multitud lo vi pasar,
con sus ojos tan rubios como la cabellera.
Luis Cernuda
Recuerdo aquella noche como si
fuera ayer. Me apresuraba con sigilo en la oscuridad, entre luces gastadas de
farolas y anuncios de neón desteñido, abandonados en calles que tal vez
tuvieran vida por las mañanas. No entonces; no en aquella noche. El Asesino de
Almas merodeaba por esas calles, tal vez más cerca de de lo que podría
imaginar. Tenía que escapar de allí como fuera. Contarle al mundo que la
muleta misteriosa de la antigua pesadilla, aquella que sujetaba una mano
amputada, había aparecido por primera vez en un cuadro de Salvador Dalí. Quizás
el Asesino de Almas ya estuviera allí cuando Dalí pintó aquel cuadro, o la
noche en la que mi Trapecista sufrió un accidente mortal. Quizás el Asesino de
Almas fuera en verdad la Mano, la Mano que sujetaba una muleta y que daba
vueltas alrededor de una camilla en la que reposaba el cuerpo de mi idealizado
Trapecista. En esa noche.
Corrí por las calles ciegas,
henchidas de oscuridad. A mi paso las estrellas se iban encendiendo, como si
algún destino todavía esperara por mí. Procuraba no mirar atrás y acelerar el
paso, cada vez más, y entonces…
Entonces la luz de las farolas
sobre aquella amplia avenida. Las gentes, el verano. La noche de verano. Esperaba
que nadie tomara aquel camino por el que yo acababa de llegar. El Asesino de
Almas aún se escondía en aquel camino. Iba a entrar en una cafetería cuando me
crucé con un joven que me resultaba muy familiar, aunque no podía averiguar por
qué. Algo en su cabello rubio, despeinado, o en aquella mirada dulce que no me
dedicaba, le otorgaba un tinte místico, casi angelical. Busqué en mi memoria desesperadamente,
sin hallar el origen de la sensación que me invadía.
El joven salía de la cafetería
y estaba poniéndose una chaqueta vaquera para hacer frente a la ligera brisa
nocturna. Lo vi caminar en la misma dirección por la que yo había llegado, y
una alarma se encendió en mi interior. Tenía que avisarle.
Me aproximé hacia él. “No vayas
por ese camino: el Asesino de Almas aguarda en la oscuridad…”. El joven se fijó
en mí por vez primera; parecía sorprendido. Esperaba que se riera o que me
respondiera con despecho. En vez de eso, me cogió de la mano y me guió de nuevo
hacia la cafetería. Entramos.
El lugar se hallaba
completamente vacío y estaba decorado como si perteneciera a una época remota. Mi
acompañante se detuvo para mirarme, todavía con la sorpresa pintada en sus
bonitas facciones. Comprendí que él también me reconocía de algún modo. “Eres
tú”, me dijo. Y acto seguido, me besó. Fue un beso muy familiar, un beso que ya
había experimentado antes. Supe que conocía a aquel joven, que una relación muy
profunda nos había unido alguna vez. Sus ojos me decían que él también era
consciente. Sin saber por qué, comprendimos que no queríamos volver a
separarnos.
De repente, la puerta de la
cafetería se abrió de golpe y un hombre con un fusil entró por ella,
apuntándonos. “¡No podéis estar juntos!”, gritó: “¡Pertenecéis a épocas
distintas!”. Mi amor me miró con desesperación, y se volvió hacia el hombre: “Pero,
¡padre! Yo la quiero… Nos hemos querido siempre, incluso cuando éramos otras
personas”. El padre continuaba apuntándonos con el fusil, y espetó: “Ella
pertenece al pasado. ¡Tú no has nacido aún!”. Tras estas palabras, se dirigió
hacia mí: “¡Vete ahora mismo o lo mataré!”.
Un miedo atroz comenzó a
invadirme. Mi amor me suplicaba con la mirada que no lo hiciera, que no me
fuera. Pero yo quería salvar su vida. Me separé de sus brazos y la noche de
repente parecía helada. Miré por última vez su nariz elegante, sus rizos rubios
derramados sobre la frente. Su mirada de miel. Y eché a correr.
Salí de la cafetería. Y seguí
corriendo y corriendo, sin mirar atrás. La noche de verano, el verano, las
gentes, la luz de las farolas sobre aquella amplia avenida, los labios de los
transeúntes ignorando que las primeras muletas aparecieron en un cuadro de Dalí…
Entonces… Entonces, las calles ciegas, henchidas de oscuridad. Y la amenaza del
Asesino de Almas, quizá más cerca de lo que podría imaginar.
¡Qué bien resuelta la escena del beso!... Maravilla de la Literatura, capaz de mostrarnos sólo con palabras todos los matices de la realidad.
ResponderEliminarEl comentario del año pasado me suena... Lo suscribo, plenamente, un año después.
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