sábado, 25 de julio de 2015

Si tú me dices ven


Como un ave olvidada de la rama nativa
A un tiempo poseíste muerte y vida,
Sin haber muerto, sin haber vivido. 
Luis Cernuda


Tenía nombre de bolero y sonrisa de galán de película de serie B. Se escondía tras el acordeón más triste de todos los tangos que venían a mi imaginación y a la vez formaba parte de una suerte de distopía inaccesible para los soñadores caducos como yo. Lo miraba caminando por oficinas blancas como amaneceres inciertos, siempre rodeado de gente, sin detenerse. No; no  lo miraba. Lo asesinaba en versos.


¿Cuántos años han pasado? Hoy las oficinas se derraman por mis mejillas como lágrimas de ciencia-ficción, imposibles y perfectas, crueles. Hoy, los protagonistas de todos los cuentos inacabados se levantan contra su autor, con las manos cubiertas de sangre. Los cientos de futuros abandonados en hojas amarillas se amontonan, uno sobre el otro, revelándome que, en realidad, no fui yo la asesina. No hay final: jamás hubo final. Ahora, puedo escribir historias nuevas, modelar personajes con los dientes azules y los ojos como luces de neón. Pero él permanece vivo detrás de todos los boleros y yo sigo esperando, esperando para continuar esa letra que sigue siendo cierta, esa letra que comienza: “Si tú me dices ven…”

jueves, 2 de julio de 2015

Final



"Blood in my love in the terrible summer" 
Jim Morrison

.
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Te he querido tanto. Desde aquellos días de las libélulas apuñalando los mediodías sangrantes del oeste. Tal vez ni siquiera soñaras con mi sombra por entonces. Pero estaba allí: detrás de todas las esquinas del mundo, al borde de cualquier verano o de cualquier precipicio que habitase en una mirada de soslayo.

Dicen que, si pronuncias tres veces la palabra noche delante de un espejo, te abrasas. Yo me desgarré los ojos para guardar silencio, pero fue en vano: el Mago del Reloj espiaba mis labios, los manipulaba, me acunaba despacio mientras de mis sienes brotaban flores blancas de adelfa.

Era como un ritual tétrico, vacío y extravagante, extrañamente dulce para la conciencia de un poeta próximo al suicidio (pero yo jamás lo he sido). ¿Recuerdas mi corazón incendiándose? Lo salvaste. Me salvaste. Y después.

Después llegó la lluvia.

NOCHE. NOCHE     N O C H E…

(Y todas las luces se apagaron.)
…………………………………

¡Miss X, Miss X! ¿Dónde está? Todavía me acuerdo de sus labios, de su melena rubia arrebatada por el fuego. Tenía veinte años, los mismos que yo cuando se deshizo el verano. Pero yo jamás lo he sido.

Miss X halló su nombre extraviado al fondo de una nube, dentro del mar, una noche de julio. Había islas amarillas que la acorralaban. La encontraste con un velo en los ojos y entonces. Entonces…

Entonces amaneció.

N  O  O  C  H  E.         Nochenoche
………………………………..

Así terminaba el hechizo en cada albada. Se me enredaba el cabello con las aguas del lago donde flotó Ofelia, encantada. Hasta que un día, todas las libélulas se aliaron con mi sombra para desvanecerla en luz.

Hoy vislumbro las sendas del futuro disueltas en niebla. Hay sangre que se desborda en oleadas sobre la ciudad, sobre mi corazón, que se ha ennegrecido al paso de las desilusiones, y aquel verano terrible predicho por Jim Morrison cobra su sentido, sus variaciones ciertas: una feroz tristeza que me abrasa el corazón antes de marcharme para siempre. Porque aquel silencio sólo fue una máscara: en realidad, yo también pronuncié esas palabras disparando a la superficie del espejo.


A veces el adiós es la última estación en la que todos nos bajamos. Y este es solo un final premeditado…