lunes, 18 de mayo de 2015

Las heridas del sol

"Boulevard Montmartre la nuit", Camille Pissarro

La noche, la noche deslumbrante
que junto a las esquinas retuerce sus caderas,
aguardando, quién sabe,
como yo, como todos. 
Luis Cernuda

.
La noche. La noche con su interminable desfile de recuerdos enquistados caminando sobre el telón de fondo del verano madrileño. Escuchas el sonido de una ambulancia y eso te hace estremecerte, aunque la temperatura de tu habitación debe de ser cercana a los treinta grados.

A veces solo necesitamos unas palabras, una pasión desmedida, una estrella en combustión. Alguien que rompa la tristeza en mil pedazos, que ascenderán como polvo estelar al firmamento de las cosas que no son. Necesitamos saber que hay algo más, un algo incorruptible y preciso que nos envuelva. Pero el teléfono permanece dormido y la noche prosigue con su desfile suave, inacabable.

Mañana el sol tendrá una herida nueva y nadie se percatará de ello. Quisieras que supiesen leerte entre líneas cuando la frustración te lleva a decir lo que en verdad no deseas para no alterar el guión que imaginariamente has trazado en tu pensamiento, sin comprender que eres la única directora de esta película y que los argumentos se van modificando a medida que se escriben. Y las conversaciones perdidas vomitan las palabras nunca dichas, que se van a morir, como polvo estelar, al cielo de las cosas que no fueron. No, no es el amor quien muere...


domingo, 10 de mayo de 2015

De Danubios y valses

Río Danubio, Budapest (Hungría)

"Toma este vals que se muere en mis brazos." 
F. G. L.


Nada más conocerlo, ella le contó una leyenda que había escuchado hacía varios años, cuando viajó a Budapest. Según dicha historia, las aguas del río que pasaba por la ciudad, el Danubio, solo eran azules para aquellas almas que se hallaran perdidamente enamoradas. Cuando la escuchó por primera vez, ella solo era una niña difuminada de valses. Jamás había regresado a Budapest y ni siquiera recordaba el color de las aguas del Danubio mientras le narraba la leyenda a aquel muchacho de jabón y canela que la miraba, desconcertado.

Meses más tarde, ambos continuaban discutiendo acerca del color de los ojos de él. Él estaba empeñado en que eran verdes, mientras que ella los veía definitivamente azules. Puede que Strauss tuviera la culpa de aquel insólito desacuerdo o tal vez el Danubio, o la leyenda, se hubieran derramado sobre sus miradas. Quizás él no había comprendido aún que el azul es el color que baña el techo de los sueños, la tierra donde germinan las promesas y las llanuras de los relojes detenidos, el fuego de las estrellas fugaces y el aire que respira la ilusión. Todos los cisnes y los palacios deshabitados se ocultaban en el azul. Y por fin ella había descubierto el escondite.


Para tus ojos de Danubio enamorado.