Santorini (Grecia)
I love you, the best…
Better than all the rest
that I meet in the summer,
indian summer…
Jim Morrison
Anochecía dentro de un mojito
de Huertas. El aire olía a verano y yo llevaba unas sandalias altas, demasiado
altas para resultar cómodas. Escucho un tintineo de copas y una música alegre y
comercial que no acababa de ajustarse a mis oídos. Revivo aquellas sensaciones
sin recordar quién me acompañaba: tal vez se trate de un recuerdo fingido que
enmascara mi hambre voraz de verano.
Porque el verano es esa
estación azul en la que todo se hace posible, aunque a veces los
acontecimientos se asemejen mucho a los sueños y terminen antes de abrir los
ojos y acostumbrarse a su realidad: septiembre difumina sus bordes y siempre
nos acaba devorando.
Recuerdo aquel verano de 2009.
El aire de Estambul me envolvió en su magia infinita y olorosa de especias,
situando mi vida en el umbral de la incertidumbre y de los corazones
zozobrantes que habría de engullirme en todos los veranos posteriores. Yo era
muy niña y no sabía que un beso puede ser también una esponja viscosa que
absorbe la dulzura de todos los cuentos con los que nos durmieron en días
remotos como golondrinas evaporadas.
El siguiente fue un verano con
olor a tormenta. Seguía siendo muy niña y, sin embargo, ya tenía el pecho
sobresaltado de emociones. Creía que el azul me había abandonado y, sin
embargo, regresó en forma de islas griegas, con acordes italianos, que se morían
al atardecer en ondas añiles. Amores tan platónicos que se quedaron a vivir en
mis versos, amenazando con no marcharse jamás, que todavía a veces encuentro,
ya borrosos y frágiles, separados de lo real.
Otro año, me desdibujé por las
anchas avenidas de un París de bohemias extraviadas y me perdí por el laberinto
del País de las Maravillas sin poder encontrarme. Tal vez por eso acabé
saltando al vacío en los veranos posteriores, creyendo en la combustión
inevitable de todas las estrellas, ennegreciendo los azules de mi pecho… hasta
volver a encontrarlos intactos una noche imprevisible de julio en la que
regresaron todos los cuentos borrados por los besos que no debieron ser.
Este año, el frío empaña las
primeras esquinas del verano. Pero acabará llegando en su disfraz añil, dulcificando
nuestros huesos y perfumando los aires de vestidos blancos. Qué nuevas
aventuras nos aguardan en los campos sinuosos de julio, rastrillados de luceros…
Me quedaría a vivir en alguna
tarde de verano infinita, en ese momento en el que luchan en el horizonte los
celestes y los lilas y la vida parece suave, muy sencilla, ligera como los
vestidos blancos, fría como la arena de la playa al anochecer. Se para el
tiempo y naufraga lentamente, y en los restos de sol hallo valses caídos que apagan en silencio el miedo.
Supongo que sabes que con estos textos de belleza profunda y luminosa estás haciendo un libro con futuro...
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