Pero también
la vida nos sujeta porque
precisamente
no es como la esperábamos.
Jaime Gil de Biedma
Abstraída, se desvinculó unos
segundos del presente mientras las voces de sus acompañantes se iban
amortiguando. Los gestos, las facciones, se acentuaban en una suerte de
película muda a la que había accedido de forma voluntaria, dejándose dominar
por el imperio de sus pensamientos. La luz del bar imprimía reflejos multicolores
en los cabellos. Sus risas formaban parte de una banda sonora a la que no
conseguía acceder del todo.
Los miraba y se preguntaba qué
elemento inexplicable podía unirla a ellos y, también, hasta cuándo duraría esa
unión. Años antes, otros rostros, otras risas, poblaban sus horas deshabitadas,
se entregaban con ella a la vorágine de los días que suceden a velocidades de
infarto. Junto a aquellas personas de distintas facciones había soñado, se
había defraudado, había ascendido por las ramas retorcidas de la adolescencia
hasta alcanzar la cima de una juventud que todavía ensuciaba las pupilas. En
algún momento, se habían marchado, siendo sustituidos por otros nuevos.
Una vez, pensó que la amistad
se hallaba emparentada con alguna especie de eternidad sagrada, habitada por
miradas cómplices y recuerdos comunes. Miradas que se perdieron, dejando un
vacío en el pecho que aquellas risas nuevas jamás llenarían. Su presencia era
similar a caminar sobre el agua: nunca a nadar, nunca a sumergirse. Por eso se
sentía capaz de abstraerse, de contemplarlos de lejos sin llegar a moverse de
su sitio. Los acordes que conformaban la música de sus carcajadas reflejaban la
verdadera indiferencia que cada uno sentía por el resto. Simplemente, se
encontraban allí, unidos por algún hecho inexplicable, esperando que la Tierra
volviera a girar para que se produjera la separación inevitable. Y sin embargo,
una conexión efímera, maravillosa, sobrevolaba sus cabezas, dibujando un mundo
preciso que solo ellos habitaban, aunque ese mundo pudiera romperse en
cualquier instante. Y los quería, de un modo igualmente efímero y preciso, casi
abstracto o despersonalizado.
Amistad… La amistad era tan
solo eso: una lente desenfocada que cubría, desde distintos rostros y sonrisas,
las llagas del presente.