"Paloma", René Magritte
Saeta que, voladora,
cruza arrojada al azar
y que no se sabe dónde
temblando se clavará.
Gustavo Adolfo Bécquer
Volaba. A veces, se detenía y
se le llenaba el estómago de gaviotas exploradoras de crepúsculos –las gaviotas
desequilibran aún más que las mariposas-. Julio era un tren descarrilado y una
hermosa flor en un campo arrasado de cenizas.
Si se detenía, veía a su
sombra todavía sentada en aquella estación. Consciente de que ella y su sombra
nunca volverían a ser una, volaba con el único objetivo de ser devorada por los
crepúsculos y descubrir gaviotas en lugares inexplicables de su pecho.
Pero no encontraba
crepúsculos, sino amaneceres. Amaneceres de ojos de mar y guiños soleados que
agitaban las gaviotas que hacían tambalearse su loco corazón. Todo era uno: el
pasado, el presente y el inexistente futuro. Las gaviotas, los ojos de mar y
los trenes descarrilados. Todo era uno, menos su sombra.
Puede que la clave se redujera a
no perder altura…
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