"El cheque en blanco", René Magritte
Como todo aquello que de cerca o de lejos
Me roza, me besa, me hiere
Luis Cernuda
Mañana se habrá detenido el
tiempo y tus manos vagarán por el gris desvaído de los aires bajo una sinfonía
de domingo en la que los mundos más lejanos serán las hojas amarillas del
fresno que siempre me contempla tras el cristal. Hay una extraña melancolía
lírica en el modo que tiene de mirarme o de gritarme su indiferencia muda. Las
soledades se agolpan y juegan y levantan las nubes en torbellinos de silencio y
te siento tan presente que una sola palabra bastaría para asesinar la realidad,
para partir en dos mitades los relojes que dejaron de latir cuando tú los
manchaste de luz.
¿A qué extraño universo sin
sombra pertenece la soledad? ¿Cuál es el camino que trazan tus labios si no me
acarician? Busco las respuestas en el otoño, en los otros noviembres malditos
donde enterré todas las historias que habían tardado meses en germinar, en
volverse sueños. Los sueños están hechos del mismo material que las soledades.
Vienen y vuelven a marcharse y a veces descubres que jamás han existido, que su
lugar está con esas preguntas que no tienen respuesta, entre las pecas de una
sonrisa o en el cosquilleo nervioso que precede a los besos. No somos sino
pájaros que no se terminaron de marchar, exilios imprecisos, escalofríos. En
algún momento, una mirada nos recuerda el universo que quisimos abandonar,
lejos del miedo, y los años y su nombre adquieren un sentido. Entonces,
regresamos. Sin habernos marchado. Pero con los ojos anhelantes de memoria
fresca y sangrante, con las manos abiertas y la sonrisa niña. Buscando respuestas
y palabras perdidas en el camino que conduce al invierno, en el umbral ingrávido
del amor, entre los pétalos de una locura perenne.
Y noviembre se vuelve un poco
menos noviembre.