¡Tu cuerpo!:
Largo y abultado como las estatuas del Renacimiento.
Rafael Alberti
-Supe que había fallecido por
el modo en que se hallaba fracturado su brazo -decía aquel hombre-. En los
muertos, siempre se observa la misma fractura en el brazo derecho.
Tenía barba negra y espesa y
gafas grandes, como las que aparecen en las películas de los ochenta. Caminábamos
por un paisaje crepuscular y urbano. Le pregunté otra vez si estaba seguro de
la identidad del fallecido y me repitió su nombre, confirmándolo.
-Fue un ataque al corazón. No me
quedó ninguna duda de que había muerto después de ver su brazo. Es algo
inmediato: en cuanto morimos, se forma esa fractura en el húmero.
El último sol caía sobre
nosotros como yema derretida. Extrañas tribus bailaban por el sendero, junto al
río. Comencé a llorar con desconsuelo: era la única culpable.
-Si hubierais llamado a una
ambulancia…
No respondí. Metí la mano en
el bolsillo del abrigo y saqué un puñado de monedas de plata que refulgían
sobre mi palma, y las fui dejando caer distraídamente, una a una, por el
camino, como un reguero brillante que nos persiguiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario