martes, 2 de septiembre de 2014

La Ciudad Sin Nombre



nombre de la esquina del mundo
donde me esperarías. 
Pedro Salinas


Recuerdas una estación de trenes, gris, enferma de bullicio. La conociste en sueños, sin haberla visto jamás y, cuando llegó a tus manos aquella fotografía, comprendiste que era la misma y te asustaste y después no pudiste escapar, o tal vez no lo deseabas. Hace ya cuatro años desde que todo comenzó.

Hoy, la Ciudad Sin Nombre no es más que esa estación. Un lugar donde esperabas trenes con rumbo desconocido, con un destino que ignorabas porque siempre despertabas antes de subir, o cuando ya ibas dentro. Jamás llegabas a ningún sitio. Cuando abrías los ojos, te encontrabas de nuevo en la desasosegante estación de la Ciudad Sin Nombre, esperando un nuevo tren que tampoco te llevaría a ninguna parte. Aquella estación, con sus miles de ojos ciegos anclados en pasados azules que estallaron por un exceso de inocencia. Con transeúntes grises hablando en idiomas desconocidos, bocanadas de aire frío hendiendo como cuchillos la flor desgarrada de tu carne.

Recuerdas también al inexistente Trapecista, perfecto e irreal. Formaba parte de la Ciudad Sin Nombre y sus iris ambarinos tenían un regusto de trenes ignorados, de caminos borrosos y promesas imposibles. Desaparecía si te atrevías a tocarle y, cuando no lo hacías, eras tú quien se borraba. Igual que la estación. Igual que el nombre de la Ciudad Sin Nombre.

Pasaron los años y aquel gris infinito se había ido internando en tus pupilas, en tus labios estériles y en todas las historias que imaginabas y que nunca se terminaban de cumplir. Tuviste miedo de convertirte también en parte de aquella estación. Quisiste dormir tan fuerte que todos tus sueños se sacudieron y vomitaron ilusiones. Y al final, te quedaste dormida.

Cuando abriste los ojos, viajabas dentro del mismo tren, al que no recordabas haber subido, y este acababa de detenerse. Se abrieron las puertas y apareciste en la estación de una ciudad distinta, que no era la Ciudad Sin Nombre. La reconociste. Alguien te esperaba en el andén. Sintiéndote extraña, temerosa, te atreviste a tocarlo, pero no desapareció, y tú tampoco. Era real, estaba vivo y te acariciaba con la mirada. A tu alrededor, los pasajeros iban y venían en un bullicio alegre, sonrientes, manteniendo retazos de conversaciones que llegaban hasta tus oídos y te hacían sonreír. Una luz azul lo invadía todo y sentías que el verano había llegado para quedarse.

Al fin habías descubierto el misterioso destino de los trenes que partían de la Ciudad Sin Nombre. O quizá se tratara del destino de un solo tren, y cada uno de ellos condujera a una Ciudad Con Nombre diferente. Pero a ti te gustaba aquella en la que habías aparecido, a la que te había conducido el tren dentro del cual despertaste. En ese momento, te resultaban indiferentes todas las demás Ciudades Con Nombre. Y en tu interior, sabías que volverías a subir a aquel tren, pero que ya no regresarías a aquel lugar desde donde partiste.


A veces, todavía sientes el recuerdo de aquel frío y tienes miedo de borrarte, o de que todo el paisaje se difumine y vuelvas a despertar, una vez más, en la estación fría e incompleta de la Ciudad Sin Nombre, aquella a la que llegaste por casualidad y sin remedio hace ya cuatro años…

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