nombre de la esquina del mundo
donde me esperarías.
Pedro Salinas
Recuerdas una estación de
trenes, gris, enferma de bullicio. La conociste en sueños, sin haberla visto
jamás y, cuando llegó a tus manos aquella fotografía, comprendiste que era la
misma y te asustaste y después no pudiste escapar, o tal vez no lo deseabas. Hace
ya cuatro años desde que todo comenzó.
Hoy, la Ciudad Sin Nombre no
es más que esa estación. Un lugar donde esperabas trenes con rumbo desconocido,
con un destino que ignorabas porque siempre despertabas antes de subir, o
cuando ya ibas dentro. Jamás llegabas a ningún sitio. Cuando abrías los ojos,
te encontrabas de nuevo en la desasosegante estación de la Ciudad Sin Nombre,
esperando un nuevo tren que tampoco te llevaría a ninguna parte. Aquella estación,
con sus miles de ojos ciegos anclados en pasados azules que estallaron por un
exceso de inocencia. Con transeúntes grises hablando en idiomas desconocidos,
bocanadas de aire frío hendiendo como cuchillos la flor desgarrada de tu carne.
Recuerdas también al inexistente
Trapecista, perfecto e irreal. Formaba parte de la Ciudad Sin Nombre y sus iris
ambarinos tenían un regusto de trenes ignorados, de caminos borrosos y promesas
imposibles. Desaparecía si te atrevías a tocarle y, cuando no lo hacías, eras
tú quien se borraba. Igual que la estación. Igual que el nombre de la Ciudad
Sin Nombre.
Pasaron los años y aquel gris
infinito se había ido internando en tus pupilas, en tus labios estériles y en
todas las historias que imaginabas y que nunca se terminaban de cumplir. Tuviste
miedo de convertirte también en parte de aquella estación. Quisiste dormir tan
fuerte que todos tus sueños se sacudieron y vomitaron ilusiones. Y al final, te
quedaste dormida.
Cuando abriste los ojos, viajabas
dentro del mismo tren, al que no recordabas haber subido, y este acababa de
detenerse. Se abrieron las puertas y apareciste en la estación de una ciudad
distinta, que no era la Ciudad Sin Nombre. La reconociste. Alguien te esperaba
en el andén. Sintiéndote extraña, temerosa, te atreviste a tocarlo, pero no
desapareció, y tú tampoco. Era real, estaba vivo y te acariciaba con la mirada. A tu alrededor, los pasajeros iban y venían en un bullicio alegre, sonrientes, manteniendo retazos de conversaciones que llegaban hasta tus oídos y te hacían sonreír. Una luz azul lo invadía todo y sentías que el verano había llegado para quedarse.
Al fin habías descubierto el
misterioso destino de los trenes que partían de la Ciudad Sin Nombre. O quizá
se tratara del destino de un solo tren, y cada uno de ellos condujera a una
Ciudad Con Nombre diferente. Pero a ti te gustaba aquella en la que habías
aparecido, a la que te había conducido el tren dentro del cual despertaste. En ese
momento, te resultaban indiferentes todas las demás Ciudades Con Nombre. Y en
tu interior, sabías que volverías a subir a aquel tren, pero que ya no
regresarías a aquel lugar desde donde partiste.
A veces, todavía sientes el
recuerdo de aquel frío y tienes miedo de borrarte, o de que todo el paisaje se
difumine y vuelvas a despertar, una vez más, en la estación fría e incompleta
de la Ciudad Sin Nombre, aquella a la que llegaste por casualidad y sin remedio
hace ya cuatro años…
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