Como un ave olvidada de la rama nativa
A un tiempo poseíste muerte y vida,
Sin haber muerto, sin haber vivido.
Luis Cernuda
Tenía nombre de bolero y
sonrisa de galán de película de serie B. Se escondía tras el acordeón más
triste de todos los tangos que venían a mi imaginación y a la vez formaba parte
de una suerte de distopía inaccesible para los soñadores caducos como yo. Lo miraba
caminando por oficinas blancas como amaneceres inciertos, siempre rodeado de
gente, sin detenerse. No; no lo miraba. Lo
asesinaba en versos.
¿Cuántos años han pasado? Hoy las
oficinas se derraman por mis mejillas como lágrimas de ciencia-ficción,
imposibles y perfectas, crueles. Hoy, los protagonistas de todos los cuentos
inacabados se levantan contra su autor, con las manos cubiertas de sangre. Los cientos
de futuros abandonados en hojas amarillas se amontonan, uno sobre el otro,
revelándome que, en realidad, no fui yo la asesina. No hay final: jamás hubo
final. Ahora, puedo escribir historias nuevas, modelar personajes con los
dientes azules y los ojos como luces de neón. Pero él permanece vivo detrás de
todos los boleros y yo sigo esperando, esperando para continuar esa letra que
sigue siendo cierta, esa letra que comienza: “Si tú me dices ven…”.
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