Barco de mariposas, Salvador Dalí
es decir ayer
es decir hace siglos
Alejandra Pizarnik
“Aquí aprendí a volar”, te
confesé mientras me mirabas desde el suelo, embelesado. Nos hallábamos en un
portal de amplias dimensiones, con un techo alto que podía acariciar en
aquellos momentos. De nuevo, se apoderaba de mí esa maravillosa sensación de
paz, la percepción de un equilibrio perfecto que bañaba todo mi universo: el
equilibrio que he perseguido cada minuto de mi vida y que solo he podido hallar
plenamente cuando vuelo.
Volar es algo así como nadar
en el aire, que ejerce una pequeña resistencia, muy pequeña. El vértigo
habitual desaparece, junto a todas las preocupaciones mundanas. En su lugar, se
extiende por la mente y la sonrisa una misteriosa confianza muy parecida a la
felicidad. Volar es elevarse sobre todo aquello que suele dar miedo, borrarse
las ojeras y comprender que las montañas más escarpadas son leves obstáculos en
tu viaje que, simplemente, te obligarán a volar más alto. Volar es sentir que
no tienen cabida en tus ojos los imposibles.
En ocasiones, transcurre
demasiado tiempo entre uno y otro vuelo, como si me hubiera olvidado y, de
repente, un día volviera a recordar cómo se hacía. Si lo medito fríamente, no
puedo olvidarme de volar porque jamás he aprendido: desde que tengo memoria, he
sabido hacerlo: nadie me ha enseñado. Lo que ocurre es que, a veces, se me
olvida que siempre he volado. Y un día, simplemente, me acuerdo, y vuelvo a
elevarme en el aire como tantas otras veces y a sentirme en paz conmigo misma.
Siempre que vuelo estoy sola. Lo
hago de forma natural, como si se tratara de un don que únicamente yo poseo. Por
eso, cuando te conocí y me confesaste que sólo te enamorarías de una mujer que
volase –haciendo tuyas aquellas palabras de Oliverio Girondo-, comprendí que al
fin nos habíamos encontrado.
Mis primeros vuelos los efectuaba
para escapar de las pesadillas y despertar, sana y salva, en mi cama. Ahora, si estoy
despierta, solo puedo volar cuando estoy a tu lado, alcanzando el equilibrio
que siempre había perseguido y que quedaba relegado a mis sueños.
Hoy, he regresado a aquel
portal que visité la otra noche mientras volaba, aquel que quise enseñarte, que formaba parte de mi historia. El portal era mucho más pequeño de lo que
recordaba, tal vez porque los lugares de la infancia adquieren, en la memoria,
dimensiones idealizadas. Tal vez, simplemente, porque yo era más pequeña y el
mundo, igual que las distancias, se volvían inmensos. Allí aprendí a volar, o a
soñar. Al final de las escaleras, he vislumbrado la puerta que tantas veces crucé
cuando el universo avanzaba balanceándose al ritmo del trotecillo alegre con el
que me dirigía al colegio, de la mano de las personas que me vieron volar
entonces y a las que ahora solo puedo hablar en mis sueños. Tal vez, sí aprendí
a volar: tal vez sí me enseñaron. De lo que estoy segura es de que jamás podré
olvidarme…
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