Conil de la Frontera, Cádiz. Agosto de 2013
¿Acaso no veía yo en Aire la imagen viva de aquellas gentes perdidas, de aquel ídolo que yo había venido a buscar?
Luis Cernuda, "El indolente"
La historia continuó, como todas las historias que se asemejan demasiado a la Realidad. Ella naufragó y recogió sus pedazos para volver a componerse.
Aire no regresó porque nunca
se había ido. Siguieron necesitándose mutuamente, pues cada una de sus
existencias dependía del otro. Resulta imposible especificar cuál de ellas era
más real.
La playa permanecía quieta,
como las promesas que se quedan engarzadas un día cualquiera en una estación de
tren, desafiando al tiempo y a la muerte.
Una noche de invierno, ella
decidió marcharse para siempre a la playa, convertirse del todo en una ficción
y darle un sentido completo a su existencia. Como personaje de novela –o de
nivola-, valía casi tanto como Aire. En un libro, jamás se desvanecería; al
contrario, se vestiría de azules y dorados solares, amaneciendo en cada suspiro
de sus lectores.
Entonces, justo antes de
marcharse, descubrió unas lágrimas que la envolvían. Y palabras suaves y labios amables, que siempre habían estado allí. Personas que no se encontraban lejos y que abrazaban su misma tristeza, protegiéndola, sembrando luces y sonrisas. Seres que también formaban parte de su propio cuento. Y decidió no marcharse...
Ahora, ella vuelve algunas
veces a la playa. Baila con el viento y con los cabellos pálidos de Aire, coloreándose,
vistiéndose de sol. Únicamente lo hace cuando la realidad se torna demasiado sucia y
su mirada demasiado opaca, cuando llueven recuerdos.
Y así, nadie consigue adivinar
que, en verdad, la playa es su auténtico hogar, y que ella no es más que un
personaje de novela –o de nivola- jugando a ser real…
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