¡Y la luna!
La luna.
Pero no la luna.
Federico García Lorca
Nadie me había hablado jamás del lento marchitar de las hojas por cuyas venas vegetales sigue fluyendo la sangre, o la savia. Ni me contaron el secreto de la luna, a la que le falta siempre un pedazo, el que sólo puede contemplarse a través del aliento mezclado de los besos en alguna plaza que se le perdió a la noche madrileña. De qué sirve descubrir ese pedazo de luna si después la luna ya no puede ser la misma.
Las farolas anaranjadas de mi calle incitan a las estrellas al suicidio. Yo, cuando las miro, quisiera estar muy lejos. Es una fecha extraña. Pero no lo será hasta que amanezca... Y entonces la luz anaranjada de las farolas se habrá dormido y yo despertaré; sin un beso de amor, pero despertaré.
Tengo la sonrisa -sí, la sonrisa- infectada de sueños esta noche. He visto morir tantas cosas que hoy solo deseo ser testigo de cómo agoniza el invierno. Y sentir los temblores de la primavera inundando a borbotones mis ojos y los tuyos, hasta que quede atrás la estación del frío y nazca una luna llena -un círculo perfecto-, tan blanca y resplandeciente que despierte a todos los hombres lobo de la Tierra...
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